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¿Fin del trabajo o presencia asfixiante del trabajo?

Oscar A. Martínez
En Cuentas Pendientes Año 1 Nº 4, 1997 FFyL 1997.

Difícil fin de siglo: cuanto más quedan en claro los nocivos rasgos del capitalismo, más peso parecen tener los discursos que pretenden invalidar la explicación de lo social en términos de clase, de explotación, etc. Ahora sólo se debería hablar de mercados, sociedad post-industrial, factores de poder, desprolijidades, o términos por el estilo.

El sistema demuestra, que cuanto más riqueza se produce, más aumenta la miseria. Se acentúan las desigualdades y aumenta la represión, la supuesta democracia es cada día más vacía y formal. Pero frente a esta realidad, se nos pretende convencer que se deben tirar por la borda todas las categorías que ha utilizado el pensamiento critico, debido a que estaríamos en una nueva realidad y esos conceptos serían anacrónicos.

En este artículo vamos a cuestionar un punto específico: la noción del "fin del trabajo" o del "fin de la sociedad del trabajo". Se afirma que estamos entrando en una etapa donde el trabajo humano ya no es central, o aún más, esta en vías de extinción. Algunos dicen que la sociedad estaría articulada ahora en función de la información, otros hablan del consumo, o del tiempo libre, hay quienes imaginan una sociedad sin trabajadores, sólo con silenciosos robots desarrollando la producción, etc. Entonces, todos los conceptos y categorías que dan cuenta de la estructuración de la sociedad a partir de las relaciones que se desarrollan en la producción y basadas en el trabajo humano ya no tendrían sentido.

Aquí pretendemos mostrar que esas interpretaciones son totalmente infundadas. En este fin de siglo, lejos de la eliminación del trabajo humano, la mayor parte de la población (al menos en occidente), tiene habitualmente algún tipo de empleo, y por lo general es asalariado -a escala mundial hay más asalariados y más obreros que nunca en la historia-. El principal sujeto activo continúa siendo la población que vive de la venta de su fuerza de trabajo.

Es cierto que el aumento de la desocupación es notable y llegó a niveles inéditos. Se comprueba una expulsión creciente de mano de obra, e introducción de maquinaria. Pero también debemos recordar que el reemplazo de trabajadores por tecnología no es precisamente nuevo, es inherente al capitalismo y a la forma que toma la competencia entre capitales.

Más allá del reemplazo continuo de trabajadores por maquinaria y de expulsión de mano de obra, ésta sigue siendo una sociedad que produce mercancías, que genera el excedente en el proceso productivo a partir de la interacción del hombre y la naturaleza.

Todos los productos, desde la más sencilla prenda fabricada por subcontratación en un hogar, hasta las más sofisticadas computadoras o vehículos de la Toyota, siguen siendo resultado de la actividad de los trabajadores, en interacción con los medios de producción.

Hoy encontramos una gran proporción de la población formada por trabajadores sobreocupados y superexplotados, encadenados de múltiples modos al trabajo. Y en este encadenamiento al trabajo también deben incluirse a los supuestos "triunfadores" como algunos profesionales, gerentes, managers que hacen de su empleo su único sentido en la vida.

La presencia del trabajo es especialmente marcada, en un momento en el cual a través de la imposición de la flexibilización del tiempo de trabajo (legal o de hecho), tiende a diluirse la distinción entre tiempo personal y tiempo "para la empresa" y se quiere condenar al trabajador a estar pendiente de las necesidades del empleador, cambiando de un día para otro su turno de trabajo, trabajando los fines de semana, realizando jornadas de 14 horas, etc. lo que afecta toda la vida de una persona e incluso su familia.

Incluso es notable el incremento en la asalarización de las mujeres y de categorías laborales que en el pasado tendían a ser trabajadores independientes. Este es el caso del comercio, los profesionales de la salud, los grandes estudios de arquitectos o abogados, etc. También tiene lugar una continua proletarización de técnicos e ingenieros, tanto vía la división del trabajo, como por sujeción a la maquinaria vía programas de computación. A esto se suma un claro desarrollo del régimen fabril y del proceso productivo propio del capitalismo en sectores donde era marginal, como el comercio o buena parte de los servicios. Aquí no se puede hablar de una desaparición del trabajo, sino por el contrario la aparición de las formas típicas de trabajo capitalista.

Por otra parte, los desocupados están tan atados o más que los que tienen empleo al mundo del trabajo en una difícil y angustiante búsqueda de trabajo.

Esta presencia del mundo laboral, es también notable en el ámbito universitario. Existe una subordinación creciente de la formación universitaria a las necesidades de las empresas. Es frecuente también la competencia entre estudiantes para obtener algún tipo de vinculación con las empresas (a través de pasantías, becas o cosas semejantes), lo que representa una inmersión prematura en el trabajo.

Más allá de las especificidades de algún sector o rama de la producción, el trabajo total, social, colectivo, sigue cumpliendo el rol central en la creación de valor, y por lo tanto en la producción y reproducción del sistema.

Por otra parte, cuando se habla del "fin del trabajo" no se especifica a que tipo de trabajo se alude. Bajo el capitalismo el trabajo tiene un doble carácter: es trabajo concreto, productor de bienes de uso, bienes y servicios útiles, y trabajo abstracto, productor de mercancías, de bienes de cambio.

En tanto productor de bienes y servicios específicos, útiles, el trabajo humano concreto sigue siendo la forma ampliamente dominante. Si bien el desarrollo tecnológico potencia la capacidad productiva a niveles asombrosos (y esto no es nuevo), el trabajo humano sigue siendo el que está en la base de la producción. Continúa siendo la forma básica de interacción entre el hombre y la naturaleza.

Si se mira el trabajo como trabajo abstracto, expresión de la fuerza de trabajo, generador de mercancías que pueden ser intercambiadas entre sí, se puede decir que ésta es la forma que precisamente caracteriza al capitalismo y no sólo continúa como tal, sino que continuamente esta sumando sectores de la producción y países.

Todo lo que hemos señalado, no implica negar los fuertes cambios en la estructura productiva y por ende los cambios en la realidad de los trabajadores. Aunque no creemos que tenga lugar el "fin del trabajo", sí hay importantes transformaciones que modifican el espacio productivo, la relación entre los trabajadores, y de los trabajadores con los empleadores. Supone, en muchos aspectos, una crisis en las representaciones y en el accionar tradicional de los mismos.

Podemos ver un proceso de heterogeneización, atomización y debilitamiento del movimiento obrero, producto del incremento de la desocupación, la precarización del empleo, el incremento del trabajo a tiempo parcial y el trabajo en los servicios. La desconcentración espacial de la producción y la caída en la escala de las plantas, junto al desmantelamiento de los convenios colectivos de trabajo llevan también a una mayor debilidad y dispersión de los trabajadores.

Las nuevas estrategias empresarias avanzan con un fuerte impacto sobre el movimiento obrero. Pensemos por ejemplo en la flexibilidad, en primer lugar la contratación flexible. Las empresas pretenden eliminar cualquier forma de estabilidad o seguridad ene el empleo, quieren una libertad absoluta para contratar o despedir sin ningún costo. En este marco un trabajador encuentra fuertes dificultades para asegurar mínimamente su vida, identificarse como trabajador, y poder organizarse y participar en acciones colectivas. El mundo laboral que se prefigura supone una circulación entre tener trabajo y estar desocupado, rotando con contratos de pocos meses entre distintas empresas y sectores de la producción, en distinto oficios. Es decir una fragmentación que necesariamente impacta en el reconocimiento en tanto sujeto.

Hoy en día la ocupación y la desocupación son una unidad, la unidad de las nuevas formas de trabajo, son "estados" habituales y cambiantes a la largo de la vida e incluso a lo largo del año, en el nuevo mundo del trabajo.

La flexibilidad salarial conlleva una vuelta al trabajo a destajo, una atomización de la discusión salarial, quebrando al colectivo de trabajo.

Por otra parte se pueden ver estrategias empresarias de involucramiento de la mano de obra (como los programas de calidad total y toyotismo), que buscan la ruptura de los lazos de solidaridad entre los trabajadores, la competencia entre los mismos, y la identificación del trabajador con la empresa. Este es un tema particularmente peligroso, por la fuerte ofensiva empresaria sobre el pensamiento y los sentimientos de los trabajadores, pero también porque, lamentablemente, intelectuales "progresistas" y algunos dirigentes sindicales quieren encontrar virtudes donde no las hay.

Las formas tradicionales de empleo están cambiando, y también se están transformando las formas habituales de trabajo, aunque en este caso se suele exagerar y otorgarle a los cambios un sentido opuesto al real: en las nuevas formas productivas hay mucho de continuidad y de profundización de las tendencias históricas del proceso de trabajo bajo el capitalismo.

Este es el terreno que debemos estudiar y en el que debemos dar las nuevas batallas, y en el que tenemos nuevos desafíos y no el "fin del trabajo".

No negamos la necesidad de cuestionar permanentemente nuestro pensamiento, de revisar muchos supuestos que pueden convertirse en trabas para el conocimiento y la acción, de no dar nada por sentado. Pero ese esfuerzo debe estar orientado a profundizar el pensamiento crítico, a encontrar nuevos caminos y nuevas vías para transformar la sociedad. Los discursos del fin de la historia, del fin de las clases, del trabajo, etc., o las concepciones "post" (posmodernismo, post-industrial), parecen, en muchos casos, marchar en un sentido opuesto: el convencernos que esta todo bien, o -en su defecto- que hay cosas que están mal, pero que nada se puede hacer. Frente a esta moral de la resignación y del sometimiento (frecuentemente muy culta y bien presentada), preferimos seguir apostando a la organización y a la acción colectiva, aún siendo conscientes de la difícil relación de fuerzas que debemos afrontar en la actualidad.