La otra Kraft
15-10-09 /
La
exitosa experiencia sindical de los trabajadores de la multinacional
del gas estadounidense que llegó al país con ímpetu
flexibilizador. Pero la organización gremial logró imponerse. Los
delegados, que escribieron un libro, cuentan su historia.
Por Tomás Eliaschev
Para quienes se solidarizan con los trabajadores de
Kraft-Terrabusi, ya no es lo mismo comerse una Tita. Algo similar le
pasará al que lea el libro Nuestra Comisión Interna. La organización de
los trabajadores de Praxair: la próxima vez que vea burbujear una
gaseosa, respire de un tubo de oxígeno o compre hielo en una estación
de servicio, seguramente recordará la historia de estos laburantes que
enfrentaron la brutal flexibilización que intentó imponer esta
multinacional gasífera, y vencieron.
Praxair -que, al igual que Kraft, tiene su casa central en Estados
Unidos- llegó al país en 1992, y en poco tiempo se hizo fuerte. Compró
Fracchia Hnos., Pastafiglia, Gases de Ensenada, Liquid Carbonic,
Rolito, Gases Industriales y Oxirent, entre otras. Y se estableció con
catorce sucursales en varios puntos del país.
La empresa no mostró demasiado apego por la legislación local. Para
graficar la moral empresarial, hace cuatro años la Comisión de Defensa
de la Competencia los sancionó por cobrar precios abusivos por oxígeno
para hospitales públicos. En esa línea, en los años dorados del
menemismo, los gerentes no ocultaban que en Praxair estaba prohibida la
organización gremial, a la par que despedían y flexibilizaban todo lo
posible. Cuando alguien levantaba cabeza, era despedido. Sin embargo,
sus trabajadores lograron tal fortaleza que ahora cuentan su propia
historia en el libro, con prólogo de Osvaldo Bayer, que va por su
tercera edición.
Reunidos por Veintitrés, los delegados Julio Menguini, Maxi Arecco,
José Vega y Alfredo Cabaña recuerdan su experiencia, desde que se
juntaban a las escondidas en el vestuario para quejarse de que los
hacían trabajar gratis los domingos hasta el presente, cuando se sacan
una foto en la puerta de la planta que Praxair tiene en Talar de
Pacheco sin temor a represalias. "En el libro está nuestra voz, de la
forma en la que podemos expresarla. Nos ayudaron a corregir las faltas
de ortografía y no hay palabras difíciles. Cualquier trabajador que lo
lee se siente identificado", explica Arecco, que en 2005, al mismo
tiempo que fue elegido delegado junto a los otros, fue despedido. Dos
años después, luego de una lucha que todavía sigue en la Justicia,
tuvieron que reincorporarlo. "Una vez que terminó el conflicto
principal, que era por el armado de la comisión interna y mi
reincorporación -sigue-, empezaron a llamar de muchos lugares para
preguntarnos por nuestra experiencia. Y vimos que adentro de la fábrica
nos estábamos olvidando de nuestras conquistas." Así fue naciendo el
libro, editado por el Taller de Estudios Laborales (se consigue
enviando un e-mail a delegados_praxair@yahoo.com.ar).
La historia cobra plena vigencia hoy con la batalla de Kraft, de final
abierto: o se impone una empresa que no respeta el derecho a la
organización gremial o los trabajadores consiguen que se respete la ley
(ver recuadro). En Praxair sucedió lo segundo. Y la compañía no es un
hueso fácil de roer. Se trata de la mayor empresa de gases industriales
del continente americano y la mayor proveedora de dióxido de carbono y
helio del mundo. Tiene 27 mil empleados en 40 países y ventas anuales
por 7.700 millones de dólares. Es la descendiente directa de Union
Carbide, la propietaria de la planta de Bophal, en la India, donde se
produjo el mayor desastre industrial de la historia: tras una fuga de
gas murieron más de 30 mil personas por no contar con las medidas de
seguridad apropiadas. Pero volvamos al norte del conurbano, a la zona
industrial, no muy lejos de la fábrica de galletitas donde todavía está
la policía.
-¿Cómo era la situación antes que comiencen con su pelea gremial?
-A la gente le decían que para trabajar en Praxair no te podías afiliar
al sindicato. Mientras, nos quitaban los derechos, dividían a los
sectores, a algunos no les pagaban las horas extras y a otros no le
reconocían las categorías. Fueron quitando todos los beneficios que
cada trabajador tenía de la fábrica de donde venía. Donde había un
premio extra o algún adicional, lo sacaban. Quitaron derechos
generales. Obligaron a que la gente trabaje los domingos, sin franco,
sin pagar horas extras. En un primer momento, la gente aguantaba por la
difícil situación del país.
La bronca se masticaba en silencio. Y empezaron algunos diálogos en
secreto. "Veíamos en noticieros y en algunos recortes que traíamos al
vestuario los reclamos del subte, de otras empresas, las luchas por
aumento de salario", señala Vega. Corría el 2003 y los trabajadores
ocupados comenzaban a protagonizar importantes conflictos, después de
muchos años de perfil bajo. Cabañas destaca un momento clave:
"Empezamos a leer las leyes laborales y el convenio. Ahí damos vuelta
la hoja. Había cosas que ni sabíamos, como el subsidio por
fallecimiento". Todos los años de flexibilización y pérdida de derechos
daban sus frutos amargos: los problemas de salud se hicieron moneda
corriente. En esos días se fue consolidando un grupo de diez o quince
empleados que hablaban de cómo organizarse. "En esos años discutimos
cómo tenía que funcionar la comisión interna: la asamblea controla a
los delegados, todos tienen que participar, la voz de todos los
trabajadores tiene que ser igual. No tenemos dirigentes de la fábrica,
tenemos representantes de la asamblea de los trabajadores de Praxair.
No somos unos fenómenos, no somos más que los demás que están en la
asamblea", explica Arecco.
El círculo se fue ampliando, hasta que en abril del 2005, luego de
afiliarse en el Sindicato Químico, decidieron hacer sus primeras
elecciones de comisión interna. La empresa respondió echando a Arecco.
"Ellos pensaban que echándolo esto se acababa. Pero Maxi venía todos
los días para tratar de ingresar, aunque lloviera. Y seguíamos haciendo
asambleas. Cada vez éramos más. Era claro que el despido no era por
reestructuración. A la empresa se le empezó a ir de las manos el
conflicto: no sabían qué hacer. Ojo, nosotros tampoco", cuenta Vega. Y
Cabañas le da la razón: "No teníamos ningún tipo de experiencia
sindical, tocamos de oído. Sobresalía la mejor idea". Pero Praxair no
cedía, pese a que el Instituto contra la Discriminación y la Xenofobia,
el Ministerio de Trabajo, un fallo en primera instancia y la Cámara de
Apelaciones indicaron que la empresa debía reincorporar a Arecco. Hasta
que los trabajadores volvieron a las medidas de fuerza. "En mayo de
2007 paramos la fábrica totalmente con una movilización del sindicato y
de otras comisiones internas. Conseguimos la reincorporación. Hoy, la
empresa continúa por la vía legal y el caso está en la Corte Suprema.
Pero estoy trabajando, soy delegado y la comisión interna está
reconocida", cuenta.
Para los delegados, más allá de haber conseguido ventiladores para no
morirse de calor, un techo para no trabajar a la intemperie, un comedor
para alimentarse dignamente o un cuarto gremial para reunirse, el logro
más importante es la solidaridad. Los trabajadores de Praxair están
indignados por la represión contra sus pares de la industria de la
alimentación: "Hacemos asambleas con paro de producción por el tiempo
que duran, para discutir la situación de Terrabusi. Juntamos plata para
el fondo de huelga y participamos en los cortes y en las marchas. En
Praxair entendimos que si avanzan con los derechos de los compañeros en
otra fábrica, tarde o temprano van a avanzar sobre nuestros derechos",
plantea Arecco.
-¿Qué recomendación podrían darles a trabajadores que están desamparados sindicalmente?
-Que pueden estar las leyes escritas y los derechos reconocidos, pero
si no estamos organizados, si no discutimos entre todos los compañeros,
la empresa te los va a quitar. Sea una multinacional o una nacional, el
dueño, o los accionistas, siempre quieren más ganancia. Y siempre la
van a sacar de los trabajadores, como quieren hacer en Terrabusi.
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