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 Buenos Aires-Argentina, 16 Mayo 2004 
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           Sociedad 
             Trabajás, te cansás, ¿qué ganás?       
            
  La regla es la misma en casi todo 
            el mundo –el casi es mera precaución–: el trabajo de las mujeres 
            vale menos que el de los hombres. Pero la situación empeora cuando 
            lo que se intenta conseguir es una primera experiencia laboral. 
            Meseras, vendedoras, mucamas, promotoras, cajeras, son las 
            actividades que más jóvenes convocan. Y en las peores condiciones. |  
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          Por Gimena Fuertes
  Que las 
            mujeres siempre han llevado las de perder en el mercado de trabajo 
            no es novedad. Que los sueldos son más bajos y peores las 
            condiciones laborales, tampoco. Pero ese panorama, que parece 
            haberse vuelto natural, empeora cuando se lo cruza con las cifras 
            actuales del desempleo en la Argentina, donde más de la mitad de la 
            población tiene problemas de empleo. “El mercado de trabajo hoy en 
            la Argentina es el festival de la precariedad y golpea especialmente 
            a los y las jóvenes, pero en el caso de las jóvenes es peor porque 
            la mujer ha estado siempre más relegada en el mercado de trabajo”, 
            explica el sociólogo Oscar Martínez, del Taller de Estudios 
            Laborales.  Romina tiene 28 años y hasta hace un mes trabajó en 
            una gráfica de la zona oeste como vendedora directa: “Tenía que 
            visitar negocios y empresas. Me decían: ‘Hoy hacé Morón’, y tenía 
            que ir cuadra por cuadra. Me presentaba y ofrecía las tarjetas, 
            postales, almanaques. El sueldo básico era 350 pesos y de comisiones 
            sacaba 50 pesos al mes, trabajando ocho horas. Sólo lograba vender 
            las tarjetas. Cuando conseguí un cliente grande, una cadena de 
            farmacias, lo manejaron ellos desde la gráfica y después me dijeron 
            que no se cerró el negocio”, se queja Romina.  Martínez explica 
            que existen dos tipos de precarización: “Por un lado está la 
            precarización de hecho, el trabajo en negro, que desde los ‘90 hasta 
            la actualidad se ha multiplicado por cuatro. Por otro lado, hubo un 
            fuerte desarrollo de todas las modalidades de precarización legal, 
            como períodos de prueba, trabajo por factura, empeoramiento de las 
            condiciones laborales. Ambas, la precarización legal o ilegal, han 
            crecido muchísimo”. Romina tenía la suerte de “estar en blanco”. 
            “Me daban recibo de sueldo porque estaba por contrato a prueba, pero 
            llamaba a la Anses y no figuraban los aportes; y en la obra social, 
            tampoco. Siempre les reclamaba la obra social porque la necesitaba, 
            pero me decían que ‘el trámite era largo y que contador se 
            atrasaba’”, ironiza. “Los primeros días nos daban plata para viajar, 
            pero después que cobramos el primer sueldo no nos dieron más, nos 
            decían que teníamos que usar ese dinero para los viáticos. Después 
            de tres meses de no ver un peso renuncié y querían que les diera la 
            cartera de clientes. No se la di, ni les devolví el uniforme, ni el 
            bolso, ni nada. La cartera de clientes vale plata, se paga en el 
            mercado. Esa fue mi pequeña venganza”, dice con una sonrisa. Pero 
            ahora Romina está otra vez en la búsqueda. Ella es técnica en 
            hemoterapia recibida en la UBA y también es estudiante de 
            profesorado de ciencias naturales en el Joaquín V. González. Todos 
            los domingos revisa los clasificados con lupa y se anota en cuanta 
            consultora de recursos humanos aparece. 
  Mujer, joven y 
            desocupada, busca  El sociólogo revela que “la desocupación en el 
            universo de las mujeres jóvenes es mucho mayor que el de mujeres en 
            general”. “La tasa de desocupación de jóvenes de 15 a 19 años, 
            adolescentes que quieren trabajar, ronda en un 50 por ciento. Entre 
            los 20 a los 34 está en un 20 por ciento. Pero con mujeres de 35 a 
            49 baja a un 13 por ciento”, especifica. “De las mujeres que 
            trabajan de entre 14 a 25 años, las dos terceras partes no tiene 
            ningún beneficio, es decir trabaja en negro, no está registrada, no 
            recibiría indemnización si la despiden, y no le descuentan para la 
            jubilación. Y en sectores como el comercio, donde predomina la mano 
            de obra femenina, los sueldos son bajísimos, las jornadas son de 12 
            horas y las chicas no tienen ningún tipo de derecho ni formas de 
            defenderse”, agrega.  Florencia “es actriz, no mesera”, aclara. 
            Pero trabaja de mesera en un bar céntrico de Buenos Aires 11 horas 
            por día y sólo descansa media hora. Además de atender las mesas, 
            lleva el café o los almuerzos a las oficinas de la zona. Cobra 10 
            pesos por día y además se lleva el 5 por ciento de lo que vende. “Es 
            una explotación, mal –enfatiza–. A veces llego a 15 pesos por 
            jornada. Me paso el día caminando, y a la noche hay que lavar los 
            baños y barrer el local porque no quieren contratar a nadie de 
            limpieza. El maltrato y la explotación se sufre todo el tiempo.” 
             La carga mensual de trabajo máxima por ley es de 45 horas. Cada 
            8 horas de trabajo tiene que haber media hora para comer y 15 
            minutos de descanso en la primera parte del día y otros 15 por la 
            tarde. Para los patrones que tienen a los trabajadores en negro es 
            fácil desconocer estas medidas, pero las regulaciones también son 
            ignoradas por las grandes empresas que suelen tener los papeles al 
            día. “Los supermercados tienen regímenes dictatoriales, brutales. La 
            presión de los supervisores es terrible. Las cajeras no pueden 
            levantarse para ir al baño, para descansar, son revisadas para que 
            no se queden con nada, cualquier faltante en caja les echan la 
            culpa, hay un maltrato permanente y hay una rotación muy alta porque 
            las despiden muy seguido”, describe Martínez.  Eugenia tiene 24 
            años y hace cuatro que trabaja nueve horas como cajera en una gran 
            cadena de supermercado. “No me puedo quejar”, dice. Está en blanco, 
            le pagan el último día del mes y su sueldo básico es de 700 pesos. 
            Los horarios son fijos y tiene dos francos seguidos por semana, 
            aunque no siempre en los mismos días. A sus compañeras, cuyos 
            horarios comienzan a la mañana, les dan media hora de almuerzo y a 
            las chicas de la tarde sólo 15 minutos para la merienda. “En la 
            empresa se trabaja bien, te pagan a tiempo, tenemos obra social”, 
            cuenta Eugenia. “Además tenés la posibilidad de crecer dentro de la 
            empresa si te desempeñás bien en tu puesto”, relata entusiasmada. 
            Ella está ilusionada con ascender dentro de esta empresa 
            multinacional y trabaja sin quejarse. Sin embargo, la queja se 
            cuela. Ella estudió para maestra jardinera, pero no pudo finalizar 
            la carrera porque en la etapa final, en la que se hacen las 
            residencias en los jardines de infantes, no continuó porque no le 
            coincidían los horarios. Tampoco puede volver a estudiar porque el 
            horario de trabajo es muy extenso, “más el tiempo de cursada y de 
            viaje”. 
  Desde que el mundo es mundo “Históricamente, las 
            mujeres han sido destinadas a los peores puestos de trabajo. Es 
            habitual que ocupen cargos más precarios, menos remunerados, o 
            socialmente vistos como menos calificados, lo que a su vez habría 
            que discutir si son menos calificados o no”, cuestiona Martínez. 
            “Como a las mujeres se las ubicaba como un trabajador secundario, 
            que aportaba al eje central que obtenía el marido, se suponía que 
            podía entrar o salir más fácilmente del mercado de trabajo y que era 
            un sujeto al cual se le podían reconocer menos derechos. Esta 
            cuestión histórica se encuentra agravadapor el proceso de 
            precarización y flexibilización de las últimas décadas”, 
            analiza. En los clasificados, los avisos que más abundan piden 
            promotoras, televendedoras, playeras y cajeras. “Hay una serie de 
            trabajos destinados a las mujeres jóvenes de acuerdo con el sector 
            social. Puede ser de servicio doméstico, repositoras, atendiendo 
            comercios, meseras, playeras. Algunas trabajadoras jóvenes que 
            provienen de un sector social más alto, como las meritorias o las 
            pasantes, también son precarias”, afirma el especialista. Otro 
            sector que es bien típico de mujeres jóvenes es el sector de 
            limpieza, “en el que ha proliferado la tercerización –sostiene 
            Martínez-, a través de empresas de limpieza que trabajan para otras 
            empresas o para el Estado, en las que hay una rotación muy alta de 
            jóvenes”.  Otra de las formas en que golpea la precarización 
            laboral es la inestabilidad. “Trabajás dos meses en un lado, estás 
            un mes desocupada, si conseguís, trabajás seis meses en el otro. Así 
            no podés hacer un proyecto de vida, estudiar, ahorrar plata para 
            algo. Cuando entrás a trabajar, no sabés cuando salís”, se queja 
            Romina. 
  Nuevas herramientas Todo ese tipo de actividades, 
            promotoras, vendedoras, meseras, playeras, van a parar al sindicato 
            de comercio. “Las patronales tratan de darle alguna veta comercial a 
            un montón de tareas para poder ubicar a las trabajadoras en el 
            sindicato de comercio porque tiene un convenio muy malo y con 
            sueldos muy bajos. A su vez, el sindicato permite todo esto porque 
            tiene la posibilidad de tener un montón de afiliados y no defiende 
            nada. Más de una vez, si los trabajadores van al sindicato, es el 
            propio sindicato el que le avisa a la patronal para que los eche”, 
            se indigna el especialista del TEL. Pero no todo es negro en el 
            futuro. “Durante mucho tiempo se dijo que los jóvenes eran 
            individualistas, desorganizados, sin tendencia a participar. Esto lo 
            relativizaría muchísimo. En una de las mejores experiencias de 
            organización que ha habido durante mucho tiempo, la punta de lanza 
            fueron los jóvenes. Fue una de las luchas más fuertes y organizadas 
            contra una gran patronal y la dieron los pasantes telefónicos. Desde 
            una figura tan precaria como es la del pasante, que no es reconocida 
            ni siquiera como trabajador, ellos ganaron el conflicto y pasaron a 
            ser contratados y efectivos.” Oscar Martínez no sabe explicar muy 
            bien esto. “Las tradiciones de lucha flotan, el saber de la clase 
            está en el aire”, afirma. “Es posible que un chico con padres 
            desocupados, que es la primera vez que trabaja, cuando hay que 
            organizar un paro o hacer un petitorio, lo sabe hacer. Es posible 
            que se lo haya contado un laburante más viejo, o un tío, o un amigo 
            que ya lo hizo”, se entusiasma.  “Los y las jóvenes han creado 
            como herramientas de lucha cosas que no eran habituales, tales como 
            el humor, el ridiculizar a la patronal, que tiene una eficacia muy 
            fuerte, porque los viejos no sabían qué hacer, las herramientas 
            habituales les fallaban. Las y los jóvenes se organizaban a través 
            del correo electrónico, sacan boletines, organizan jodas como método 
            que nuclea a todos, lo que crea un nosotros, y después se plantea el 
            tema de la lucha. Aun en las peores condiciones se puede hacer algo. 
            En donde hay alguna grieta, hay experiencias muy lindas de 
            organización y de lucha”, sonríe.  |    | 
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