Mientras se incrementan los sectores del
movimiento obrero que luchan por un aumento salarial y por sus
condiciones de trabajo, y por otra parte empieza a instalarse
el debate sobre la jornada de 6 horas, los empresarios y en
buena medida el gobierno, hablan -una vez más- de la necesidad
de crecer o de consolidar el crecimiento antes de discutir
salarios o reducción de la jornada. Insisten con la necesidad
de lograr o mantener competitividad y mejorar la
productividad. Incluso sectores que se reclaman progresistas
(entre ellos dirigentes sindicales) plantean que hay que ser
cuidadosos con los reclamos, para no “arrinconar” al
gobierno.
Pero, ¿que pasó con la productividad (entendida
como producción por obrero) en los últimos años?; ¿cómo
evolucionó el salario y el costo salarial por unidad de
producto?; lo que está en discusión, ¿es una mejora o
simplemente se trata de recuperar algo de lo que se
perdió?
Las cifras existentes son por demás claras y
demuestran que el llamado a “ser razonables en los pedidos”
sólo sirve para mantener la superexplotación y la dominación
de los trabajadores, y que en lo esencial nada ha cambiado,
sino que por el contrario se mantiene y profundiza la
concentración de la riqueza.
Un primer dato a mencionar es el fuerte aumento
de la producción por obrero y por hora trabajada en la
industria (no se cuenta con cifras confiables de otros
sectores). Entre 1995 y 2003 estos dos indicadores muestran un
aumento de casi el 40%. Esto es especialmente marcado en los
grandes grupos económicos y las transnacionales. Puede tomarse
como ejemplo la industria automotriz. En este caso hubo un
fuerte aumento de la producción por obrero y más marcado aún
por hora. En una década, de 1991-2002, la producción por cada
obrero que trabaja en esta rama de la producción subió un 73%
y la producción por hora trabajada aumentó un 137%. Incluso
puede verse que el peso de los salarios en el valor de las
ventas de las terminales automotrices bajó a la mitad entre
1991 y 2002.
Por otra parte los balances de las empresas
concesionarias de los servicios públicos privatizados muestran
que, aunque exigen aumentos de tarifas y se quejan de su
situación, sus ganancias siguen creciendo.
Todo esto sin considerar las fantásticas
ganancias de los sectores exportadores que se enriquecieron (y
siguen enriqueciéndose), a la par que la pobreza se extendía a
lo largo del país.
Todos estos aumentos en la producción por obrero
y en las ganancias, no se deben a la inversión empresaria, a
la introducción de tecnología o mejoras técnicas de las
empresas, sino que por el contrario responden centralmente a
la fuerte intensificación del trabajo -mayores ritmos y mayor
carga de trabajo- y a la extensión de la jornada laboral
producto de la flexibilización legal y de hecho que han
implementado patronales y gobiernos.
Entre los principales rasgos de la evolución de
la situación laboral en los últimos años pueden mencionarse
los siguientes:
Una fuerte extensión del trabajo
precario, en negro, que llega en la actualidad a cerca del 40%
de los asalariados, a lo que se agrega la precarización
«legal» utilizada en primer lugar por el propio Estado
(incluso con el gobierno actual).
Una flexibilización de las condiciones de
contrato y de uso de la mano de obra que se implementaba en
nombre de bajar la desocupación y sólo servía para aumentar
las ganancias y las atribuciones de los empresarios a la vez
que facilitaba los despidos.
Prolongada jornada de trabajo, entre las
más elevadas del mundo. El promedio en el Gran Buenos Aires es
de unas 45 horas semanales, y más de la tercera parte de los
trabajadores trabaja más de 45 horas a la semana. Esto es
especialmente marcado en sectores como el bancario o los
supermercados, con inmensas ganancias y jornadas
interminables. Patronales que no pueden alegar dificultades
económicas, y que podrían generar puestos de trabajo en forma
inmediata si simplemente se respetaran las 8 horas de
trabajo.
Una caída del salario real especialmente
marcada entre los trabajadores precarios y los estatales, que
se agrava sustantivamente con la salida de la convertibilidad
y la devaluación de la moneda. Entre diciembre de 2001 y junio
de 2004 para el conjunto de los asalariados la caída de las
remuneraciones es del 16%, pero para los trabajadores en negro
y estatales llegó al 30%.
Paralelo a esto tuvo lugar un fuerte
aumento de la desocupación. Es decir que mientras que por una
parte se producía cada vez más, por otra se expulsaba mano de
obra y empeoraban las condiciones laborales.
Lo señalado anteriormente que podría ampliarse
si consideramos otros aspectos de la realidad laboral, muestra
que los trabajadores ya han perdido demasiado mientras las
patronales se han beneficiado cada vez más (aunque para ellas
nunca es suficiente). En este marco es que no sólo es justo
sino necesario luchar por derogar toda la legislación
flexibilizadora, eliminar el trabajo en negro, el fraude
laboral y el trabajo precario disfrazado de cuentapropismo
(monotributistas y otros trabajadores por factura
-principalmente en el Estado-), por un aumento inmediato del
salario y por la reducción de la jornada laboral. |