Revista La Educación en nuestras manos, N° 74, Noviembre de 2005
Empleos precarios, de baja calidad, sin
cobertura social, estabilidad, ni garantías. Estos son los trabajos que
aguardan a la mayoría de los jóvenes. Sin embargo, en la alta rotación
entre empleos, ocupaciones y empresas, los jóvenes desarrollan nuevas
estrategias de socialización y de lucha.
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Reportaje a Oscar Martínez. Taller de Estudios Laborales
La Educación en nuestras manos: ¿Cuál es el panorama que enfrenta un joven que se quiere incorporar al mundo del trabajo?
Oscar Martínez: Si bien en el último tiempo está aumentando la
creación de puestos formales, cosa que anteriormente era pura
destrucción, de todos modos lo que sigue creciendo a nivel del conjunto
de la fuerza de trabajo son puestos precarios, de baja calidad, en
negro, sin ningún tipo de cobertura, de estabilidad, de garantías.
Incluso muchos de los puestos legales que se crean son precarios:
falsos cuentapropistas, contratos de locación de servicios o de
locación de obra, distintas modalidades de contratos a prueba, pseudo
pasantías, pseudo becas. Esto, que es general, en el caso de los
jóvenes es mucho más grave. Los puestos de trabajo que se crean para
ellos son precarios y fundamentalmente en negro, y los legales son poco
calificados, con una alta rotación.
EM: Se dice que hoy se requieren puestos de trabajo calificado y no hay mano de obra calificada.
O.M.: Es cierto para un sector muy acotado de la industria y
algunos sectores muy puntuales de los servicios, pero no afecta a los
jóvenes. La calificación que se pide no es la formal sino una
calificación en el trabajo. Hacen falta técnicos en matricería, por
ejemplo, pero un matricero no se forma ni en la escuela secundaria ni
en un par de años. No es que hay desocupación porque no hay mano de
obra calificada; hay desocupación porque la estructura económica no
genera suficiente cantidad de puestos de trabajo. En términos
generales, los puestos que se están generando a todo nivel son puestos
que pueden tener más o menos prestigio pero no son calificados. Un
caso, por ejemplo, es el de “data entry”, que por usar una computadora
parece que tiene un poco más de prestigio social pero es absolutamente
descalificado; además lo común es que se tomen data-entry para tareas
puntuales que llevan uno o dos meses y luego se acaba el trabajo. Que
haya requerimientos de gente con estudios secundarios o universitarios
no quiere decir que el trabajo sea muy calificado. En un momento de
sobreoferta de mano de obra la patronal puede darse el gusto de tener
un repositor con estudios secundarios, lo cual le permite pedirle que
haga algún trabajito en especial; pero no es un requerimiento del
puesto de trabajo.
EM: Decías antes, que además de poco calificados son trabajos de alta rotación. ¿Qué consecuencias tiene esto?
O.M.: El mundo laboral para los jóvenes es un mundo de rotación
entre la ocupación y la desocupación, y rotación entre ramas de
actividad y empresas. Los adultos de otra generación comenzábamos
rotando pero de a poco nos íbamos acomodando en lo que iba a ser
nuestro oficio o profesión o en alguna empresa. Empezaba ahí una
cuestión de identificación personal con esa profesión u ocupación. Con
los jóvenes está pasando algo totalmente distinto. El futuro, para
ellos, no es una cuestión planteada en esos términos. Es vivir al
momento, es conseguir un contrato a tres o a seis meses y después verán
lo que viene. La gente adulta que se quedó sin trabajo vive esto con
una fuerte angustia porque está esperando siempre algo estable; esta
situación los jóvenes la viven de manera distinta porque para ellos “el
mundo es así”.
EM: ¿Qué produce esta experiencia de rotación en el trabajo?
O.M.: Por supuesto pone trabas muy fuertes a cualquier proyecto
de vida porque es difícil pensar una vida si uno no sabe cuánto va a
ganar, ni dónde va a trabajar, ni en qué horario. Sin embargo, genera
también una socialización de experiencias interesantes. Antes el
bancario era bancario y el tornero era tornero, tenían un anclaje muy
fuerte en eso, pero no conocían el resto. Hoy los jóvenes pueden
intercambiar y charlar entre ellos sobre distintas experiencias
laborales y sindicales. Creo que esto también tiene consecuencias
interesantes en cuanto a su actitud de lucha; porque “como voy a quedar
en la calle de cualquier manera”, esa rotación, que desde las
patronales es una herramienta de disciplinamiento, se transforma en
todo lo contrario.
EM: Sin embargo se suele decir que los jóvenes son apáticos, que no les interesa nada, no luchan.
O.M.: Uno ve en los conflictos de telefónica, del subte, de
algunos bancos, los Mc Donalds, los motoqueros, que esos que
supuestamente no se interesan en nada, no sólo luchan sino que más de
una vez están en la vanguardia de la lucha. Como no traen una cultura
sindical que tiene que ver con otro tipo de modelo de país y de forma
laboral, son mucho más flexibles e imaginativos en cuanto a cómo
pelear. Es bastante interesante ver, por ejemplo, cómo han desarrollado
herramientas comunicacionales como revistitas, correos electrónicos,
etc. O cómo tienen toda una cultura del recital o de la cancha para
enfrentar a la policía. Todo esto va conformando un saber de clase, que
es el que explica que algunos conflictos de los últimos tiempos se han
podido ganar con los jóvenes en la primera línea, jóvenes que
supuestamente no tenían ninguna experiencia ni trayectoria sindical.
Hoy hay niveles de lucha y de organización mayores que hace cinco años.
Y en este cambio los jóvenes han tenido mucho que ver.
Aprender a mentir
Uno de los sectores que está pidiendo mucha mano de obra joven es el de
los “call-center”. Tienen que ver con la atención telefónica al
cliente, ya sea para resolver problemas -como el 112 ó 110 de las
telefónicas, los centros de atención de las tarjetas de crédito o los
bancos- o los de tele-marketing. Como son servicios muy fáciles de
armar y desarmar, la devaluación del peso permitió que Argentina sea
competitiva en esto. En EEUU, tanto las ventas de pasajes aéreos, como
la atención de tarjetas de crédito o los servicios de grandes empresas
como Microsoft, tienen sus call-center fuera del país, porque el costo
hora de un operador telefónico en el exterior es la tercera o cuarta
parte de lo que es en EEUU. Los call-center no sólo están en países
pobres, sino dentro de ellos en las localidades más pobres. Por
ejemplo, en Argentina las empresas telefónicas, para no tener que
enfrentarse con el sindicato de Capital que es el más combativo, están
tratando de transferir todos los centros de llamada a lugares del
interior no sindicalizados o con sindicatos pro patronales. Para este
trabajo no hace falta una supercalificación, sí hace falta manejo de
idiomas porque se atiende a clientes de distintos países. Para muchos
jóvenes es su primer trabajo y aunque parezca mentira es destructor,
hay pibes que terminan muy mal. Hay que atender cientos de llamados por
día y no hay períodos de descanso. Un trabajador de Telefónica decía
“lo que aprendí en el call center es a impostar la voz y a mentir”.
“Competencias laborales” y educación
Hay cierto discurso instalado que dice que cada persona tiene que
gestionar sus “competencias laborales” para ser “empleable”. No discute
cómo cambiar el mundo del trabajo, sino que convalida el modelo
existente, profundamente injusto. El problema de que no haya trabajo
queda en la víctima, tiene que ver cómo se acomoda o se ajusta. El
discurso de las competencias laborales se vincula al llamado toyotismo,
que son nuevas estrategias diseñadas por empresarios pero difundidas
desde el mundo académico sin tener noción de cómo afecta en el puesto
de trabajo en términos de intensificación del trabajo, de falta de
tiempos de descanso, de fuerte competencia con el compañero (por
ejemplo, el “empleado del mes” de los Mc Donalds). “Karoshi” -que
significa lo que queda del limón cuando fue exprimido- es el término
que aplican los japoneses para denominar a una enfermedad por
agotamiento laboral que lleva a la muerte y que tiene que ver con estos
nuevos métodos de trabajo. Para estos discursos la educación es un
instrumento para el empleo inmediato. No para aprender a pensar, a
crear, a desarrollarse en la vida, sino para que uno pueda
desarrollarse en el empleo en forma inmediata. Es un empobrecimiento
muy fuerte de la educación. La educación tendría que servir para tomar
distancia y analizar qué significa la desocupación, el trabajo
extenuante, la salud laboral y, sobre todo, qué mundo queremos, qué
trabajo queremos. |